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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El dardo en la palabra

24 de noviembre de 2014

Haciendo nuestro el título del libro de Fernando Lázaro Carreter, permítannos que en nuestra cita semanal con ustedes rescatemos una idea de la que escribimos el pasado año. La verdad es que creemos que el tema que vamos a tratar no puede estar más de actualidad ante las últimas noticias conocidas y que nos sacude día si y día no en nuestro quehacer diario.

Dentro de nuestro sabio refranero español hay uno que nos viene como anillo al dedo para explicar el título de nuestro artículo. “Las palabras las carga el diablo”, no encontramos una forma mejor de resumir en seis palabras la importancia que tiene nuestro lenguaje en el día a día.

Cuando vemos en los medios de comunicación que una persona ha sido imputada la mayoría asocia ese concepto a culpabilidad. Quizá esto puede ser debido a la connotación peyorativa y condenatoria que ya existe en torno a este término.

La Real Academia Española define a un imputado como la persona contra quien se dirige un proceso penal. Si bien el significado literal podría hacernos pensar en alguien culpable lo cierto es que en términos jurídicos hablamos de una supuesta sospecha sobre alguien que tras las investigaciones del hecho que se le imputa puede ser perfectamente declarado inocente.

Este es un tema que nos preocupa pues lo que se pone en jaque es un derecho fundamental como es la presunción de inocencia. Así lo explica el abogado penalista, José María de Pablo Hermida, en una reflexión que publica y que versa precisamente sobre este tema.

Según él, si estamos en un procedimiento con algún tipo de trascendencia mediática, la persona que ha sido imputada tendrá que soportar la llamada pena de telediario, pues en España, los ciudadanos confunden la figura del imputado con la de culpable.

De ahí la frustración general que se aprecia en la opinión pública cuando una sentencia absolutoria echa por tierra el linchamiento mediático al imputado de turno. Imputado que para colmo, y por esa relación simplista entre imputado y culpable, tendrá que soportar que se interprete su sentencia absolutoria, no como la confirmación de su inocencia, sino con el lugar común de que la justicia no es igual para todos.

Todo esto dentro de la máxima que practicamos y exigimos: Tolerancia cero contra la corrupción. Es evidente que el problema del que estamos hablando lo de menos sería la palabra, y lo de más es la corrupción. Y ningún cambio gramatical hará que nos olvidemos del tema principal. Pero aún así se hace imprescindible tener altura de miras para acabar con el estigma social de la imputación.

Por esta razón, el Gobierno de la Nación dentro del borrador de reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal está estudiando la posibilidad de cambiar el término de imputado por encausado, amén de otorgarles mayores garantías como la limitación en los periodos de investigación para evitar que esta condición acompañe durante mucho tiempo a ciudadanos expuestos ante la opinión pública. Este cambio lo hacemos no para disminuir la persecución contra la corrupción sino para ser justos en los términos.

Esta modificación de las palabras, también fue expuesta en el Senado durante una intervención nuestra porque entendemos que si bien la imputación supone un problema mayor para una persona conocida, por la repercusión en los medios de comunicación, no es menos cierto que cualquier ciudadano, por diversas circunstancias, puede verse en esta situación en cualquier momento de su vida, y está en nuestras manos ponerle freno al desgaste físico y mental que supone este hecho.

Frente a las voces críticas que sugieren que la medida es irrelevante y meramente estética, debemos hacer un esfuerzo para que la sociedad en general conozca los términos, aprenda a utilizarlos, y ponga las cosas en su sitio a coste cero.

Haciendo un buen uso de nuestras palabras podremos evitar los juicios paralelos y los daños innecesarios, y para ello es necesario implicar en esta reforma a los medios de comunicación y a los profesionales del sector, para hacer una buena labor pedagógica y que nadie quede estigmatizado sólo por un vocablo.

Como bien dijimos al principio las palabras las carga el diablo, y de ahí al infierno sólo hay un paso. Pero siempre será prioritario la tolerancia cero contra la corrupción. 

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