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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Al habla Carlota Casiraghi

21 de abril de 2014

Viajar es un placer… O no. Este será el mejor año para el sector turístico desde que comenzó la crisis. Lejos quedan aquellos tiempos en los que conocer mundo era privilegio de unos pocos; entonces Miss Marple recorría el Nilo rodeada de todas las comodidades imaginables, Poirot trataba de desentrañar algún crimen a lomos del exclusivo Orient Express y se hundían dinastías completas a bordo de un barco palacio como el Titanic. Travesías idílicas en las que chefs, secretarías, asistentes, mayordomos, camareras y botones se encargaban de que todo estuviera a punto.  

Eso se acabó gracias a las aerolíneas lowcost, los paquetes vacacionales lastminute y a una idea preconcebida de «cruza el Atlántico aunque no conozcas el pueblo de la lado.» 

¿Quién no ha fantaseado con levitar sobre una hamaca a orillas de aguas cristalinas al estilo de Jennifer Aniston o Elle McPherson? Una frivolidad utópica que incluso lleva a cabo Goirigolzarri, quien descansa esta Semana Santa en el exclusivo resort de Oscar de la Renta, el Tortuga Bay, en Punta Cana. Piñas coladas, sabanas de hilo egipcio, bañadores de Villebrequin, arena con tacto a talco y paisajes fabricados por ordenador como la familia de Julio Iglesias y Miranda.  El único esfuerzo es el de mover la hamaca al ritmo del sol o extenderse bien la protección. Amén de aprender la última modalidad de yoga con tacones al mismo tiempo que una mucama vaporiza sobre tu piel agua termal de Avene. 

Éstos son los motivos por los que tú no vives como Sarah Jessica Parker, diga lo que diga el Vogue. Mientras que celebrities como Beyoncé llegan a República Dominicana en avión privado, nada más llegar al aeropuerto el ilusionado turista se someterá a exhaustivos controles de seguridad más propios del ingreso a Guantánamo o a la sede central del Mossad.  Una vez cacheado, interrogado, descalzo y con la mitad del neceser desparramado sobre la cinta transportadora se verá despojado de la mitad de sus cremas. Es el primer escalón en la pérdida de dignidad. Como en los círculos de Dante, el infierno no ha hecho más que comenzar. En un segundo anillo, comprará en el duty free las mismas cremas que se acaba de quedar el segurata. Ahí sí que da igual el tamaño del envase -y la cara de tonto que se te queda-. Ya dentro del avión con jersey, chal, y doble calcetín para aclimatarse a lo que sería un spa Six Senses para pingüinos en Alaska, tratará de ingerir un pudín de carne picada recalentado antes de encharcase los calcetines en el baño del avión. Si es soltero o sin hijos aguantara sí o sí a varias decenas de niños en las inmediaciones de sus asientos. 

– «Ha tenido suerte, hay overbooking y le subimos a primera…»

Te despiertas para darte cuenta una vez más que como los Reyes Magos, el upgrade es una leyenda urbana. 

Si los 10 o 12 bebés hablan por los codos estás de suerte, lo más normal es sufrir un Madrid-Nueva York a lo María Magdalena. ¿Huías de las procesiones? Esta es tu penitencia. 

Llegado al resort y encadenado a tu pulserita encuentras que hay invasión de algas y las piñas coladas te provocan diarrea. ¿Agua termal? El único vapor que notas es el de las hordas de americanas con sobrepeso en la cola del Wendy’s. En tu playa no hay hamacas, ni sombrillas, y si en tus sueños te imaginaste como una Chica Bond tu estampa es más similar a la de una langosta a la plancha posando delante del palafito más fotografiado por el ¡Hola!

Revista en la que descubres a una radiante Carlota Casiraghi en bikini «muy recuperada de su reciente maternidad» acompañada por sus cuñadas, la princesa Beatrice Borromeo y la  it girl Tatiana Santo Domingo.  

Contemporáneamente un grupo de italianos en turbo ingieren perritos calientes chorreando ketchup a 2 milímetros de tu toalla. Es entonces cuando comprendes que Goiri nunca llevará fardahuevos o que el Rey Juan Carlos es más de Abu Dhabi que de Doñana. 

Si quieres atisbar una pizca de sofisticación cosmopolita tu única esperanza es hacerte pasar por un Agnelli, un Casiraghi, un Dellal o un Borromeo a la hora de reservar hoteles, aviones y restaurantes. 

– Llamaba para hacer una reserva

– Imposible, estamos llenos

– Qué pena, pensaba cenar con mis hermanos Pierre y Andrea Casiraghi

– ¡Oh! Perdone Miss Casiraghi había pasado por alto una baja de última hora ¿A qué hora me dijo que quería la reserva? 

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