«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Don Carlos Osoro y la Iglesia del Papa Francisco

Don Carlos Osoro está adornado de muy buenas cualidades de las que sin duda dejará cumplida muestra al frente de la diócesis madrleña que acaba de encomendarle el Papa y que en muy pocos días asumirá como arzobispo. Acaba de pronunciar una conferencia con un título, ignoro si se debe a él o a los organizadores, que es por lo menos confuso: La Iglesia del Papa Francisco  ¿Porque, qué Iglesia es esa? Si es la de todos los Papas anteriores, como supongo, es la Iglesia de Cristo. Si fuera otra distinta pues el Papa se habría inventado un trampantojo que nadie debería seguir. No hay ninguna Iglesia del Papa Francisco distinta a la de todos los demás Papas. Porque si la hubiere eso no sería la Iglesia católica. Así que cuidadito con los titulares.

Y por supuesto que maravilloso lo del amor. La Iglesia de Cristo es la del amor. En eso conocerán a sus discípulos. En el como se aman los unos a los otros. La casa de acogida, el hospital de campaña… todo muy bonito. Y muy verdadero. Pero, ¿no se estará dando aquello de lecciones vendo que para mí no tengo? ¿Se está amando a todos o sólo a una parte? ¿Se está amando a los tradis, a los pelagianos, a los que cuentan los rosario que rezan, a los franciscanos y franciscanas de la Inmaculada, al obispo Livieres, a los que no son kasperosos… o sólo a los gays y lesbianas, a los divorciados, a los dinamitadores de la Iglesia, al «Trucho», al Forte…?

No tengo dudas sobre el amplio corazón de Don Carlos Osoro y estoy seguro de que en él caben muchísimos. O todos.  La verdad es que lo tiene fácil porque lo complicado llega cuando hay que amar a los enemigos que Osoro no los tiene. Pero otros muchos sí. E incluso ganados a pulso. Con gran esfuerzo por su parte.

Si Don Carlos mira a su alrededor encontrará casos clamorosos de personas que no aman a sus enemigos. Enemigos que, además, los han declarado previamente aquellos que no los aman.  Y que no pocos de los declarados tales se enteran con sorpresa que han pasado a ser enemigos aunque ese amor, tan encomiado por otra parte, no percibieron jamás que estuvieran incluidos en él. Salvo que fueran muestras de amor repetidas patadas en los mismísimos perendengues. Mientras que con otros se derretían los pateadores.

Don Carlos: no existe la Iglesia del Papa Francisco. Ni la del Papa Pío, Bemedicto, Juan o León. Sólo existe la Iglesia de Cristo. No tengo que recordárselo porque lo sabe de sobra. Y en lo del amor bueno sería que comenzaran a dar muestras de ello los que más se ven. No sería lo mismo que procesaran por hurto al rey o al presidente del Gobierno que a un gitano andaluz o a un nini de Leganés. Ni que quede como un cobarde un coronel de la Legión que un anciano kurdo que huye ante el avance yihadista. Ni que ofrezca sus servicios una chica de alterne que una religiosa del Amantísimo Corazón de Santa Eduvigis.

Pues en esas estamos, Don Carlos. Y repito que no va por usted. Lo que nos vendan tiene que ser creíble porque en otro caso se tragarán la mercancia. No cabe Hitler vendiendo amor, Stalin convivencia pacífica o alguien más eso que las gallinas recomendando abstinencia hasta el día de la boda. Y menos en tiempos de internet. En los que todo se sabe y además todo se dice.  

 

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