«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Misa nueva y misa tradicional

Me siento en la obligación de dejar clara la posición del Blog frente a la misa. Y que entiendo que es la única posición católica. Con las correspondientes consecuencias. La primera de las cuales es que aquí no se permiten propagandas anticatólicas. Así que de aviso sirva a quienes pretendan utilizarlo para eso. Que alguno da la impresión que se aproxima.

La misa es la renovación incruenta del sacrificio de Cristo en la Cruz y tiene un valor infinito. Sea por el modo ordinario o el extraordinario del rito latino, mozárabe, uniata, copta, siromalabar, melkita, maronita… No hay misas buenas ni malas siempre que se celebren como manda la Iglesia. Todas son santísimas y tienen un valor infinito. Ese es un punto fundamental en el Blog. Contradecirlo excluye del mismo. Y por una razón potentísima que no es teológica, litúrgica o pastoral. Simplemente porque lo digo yo. Y yo soy quien administra el Blog.

Me refiero a expresarlo en el Blog. Que en su casa o en otros lugares cada uno es muy libre de pensar lo que le dé la gana. Aquí no. 

Luego están las preferencias personales. E incluso los argumentos que las justifiquen. Siempre que no atenten contra la misa en cualquiera de sus formas. En eso libertad de opinión. Puede haber católicos que se sientan mejor en el recogimiento y otros en la participación más o menos alborozada, quienes quieran más latín o menos, más lujo dedicado a Dios o más sencillez, más gregoriano o música guitarrera… Ahí cada uno lo que quiera decir.

¿Qué se producen más barbaridades en la misa nueva que en la antigua? Parece pura evidencia hoy. Pero también se muere mucha más gente de cáncer en España que en Andorra y no por ello vamos a sostener que la culpa está en que España es mucho más propicia al cáncer que el encantador país pirenaico. Es que en España hay más de cuarenta millones de españoles y en Andorra sólo unos miles de andorranos. Es falsísimo sostener que si alguien se va a vivir a Andorra no va a tener cáncer.

Yo, por mi edad, conocí misas tradicionales impresentables. Recuerdo una celebrada por un sacerdote que estaba borracho. Y las de mi aldea. Donde el párraco, ejemplar por otra parte, después de leer tras el Evangelio las amonestaciones, anunciar las próximas misas y las intenciones por las que se iban a decir y unas breves palabras homiléticas concluía siempre de este modo: «y ahora, mientras continúo celebrando el santo sacrificio de la misa sigan rezando con toda devoción el santo Rosario». Pues tampoco es el modo mejor de oír misa. Por santo y recomendable que sea el Rosario.

Hoy hay infinidad de misas novus ordo y contadísimas tradicionales. Quienes asisten a estas últimas son gente muy comprometida con la Iglesia, de nivel de conocimiento medio/alto y los sacerdotes que las celebran sumamente cuidadosos con la liturgia. Mientras que en las otras, con dignísimos sacerdotes que la celebran perfectamente hay una serie de curas que son auténticos perroflautas. Lo que hay que corregir no es la misa sino al perroflauta. Y todas sus estupideces.

Y ese el el gravísimo problema de la Iglesia hoy. Permitir a cualquier desgarramantas hacer lo que le dé la gana, sacrilegios incluidos, sin que ocurra nada. Y si ocurre algo es contra los tradicionalistas a quienes con harta frecuencia les meten el dedo en el ojo. Y además escarban. Cosa que me parece intolerable. Y que denuncio todos los días.

Algunos tradicionalistas, y en el Blog hay ejemplo de ello, se creen los depositarios del catolicismo, del que excluyen a todos los demás. ¿Hasta al Papa? Pues en algunos casos, aunque se intente mantener una adhesión formal no diría que no.

Rechazar el novus ordo por intrísecamente perverso, es apostatar de la Iglesia católica. Porque niega la promesa divina de que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Llevamos casi cincuenta años de misa nueva, prácticamente en exclusividad. Cincuenta años en los que Dios habría dejado a su Iglesia sin Eucaristía. En los que el Papa y todos los obispos del mundo menos media docena, y además excomulgados, habrían renegado de Dios. Ya sé que hay quien se cree Napoleón Bonaparte pero su lugar es Ciempozuelos. Pues más o menos.

Cuatro ideas mal digeridas y a sentirse, si no Napoleón, nuevos Atanasios, llamados por no se sabe quién a salvar la Iglesia hoy perdida. Claro que la Iglesia necesita, como siempre, purificaciones. Pero en la Iglesia y desde la Iglesia. Claro que hubo Papas indignos y obispos malvados. Y que si llegara el caso tendríamos que defender la fe que en la Iglesia recibimos. Pero eso requeriría, si llegara el caso, Dios quiera que no, mucho análisis, mucha oración y nada de impulsos viscerales y además, no pocas veces, antieclesiales.

Y lo que decimos respecto de la misa vale también, de algún modo, para el Concilio Vaticano II. Lleno de gravísimos errores y causa de todos los males. Pues tampoco. El Concilio fue lo que fue. Y nada más. Un Concilio Ecuménico de la Iglesia. Como todos los demás. Con aciertos y con cosas menos afortunadas. Un lector señalaba como causa de todos los males la colegialidad, el ecumenismo y la liturgia. Pues como para quedarse perplejos. La colegialidad es apostólica. Señalarla hoy como novedad cuando el poder del Papa es más omnimodo que nunca me parece de aurora boreal. El ecumenismo es un mandato del mismo Cristo. Aunque se hagan estupideces en el intento. Y la liturgia es obra de la Iglesia. La misa nueva y la tradicional sólo conservan del la Última Cena las palabras consacratorias que convierten el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Todo lo demás es añadido. Y modificable por la Iglesia. Como lo ha hecho a lo largo de los siglos. Podremos opinar sobre si es acertada o no la modificación. Pero la autoridad no está en nuestras opiniones.

También me parece preregrino fundamentar nuestros rechazos en opiniones particulares de personas de indudable autoridad pero que no son el fundamento de la Iglesia. Los cardenales Ottaviani y Bacci se sintieron en conciencia obligados a dirigirse al Santo Padre sobre la misa. Fue sin duda un documento importante y que tuvo sus consecuencias. Buenas. Aunque no consiguiera todo lo que se propuso. Después, al menos de facto, aceptaron la reforma. Y seguramente, no lo sé, celebraron el novus ordo. Pues no es como para tener a la famosa carta como fundamento de fe. Aunque sea un testimonio histórico. Que incluso en algún momento pueda servir para alguna modificación de la norma hoy vigente.

Creo que este Blog no es sospechoso de reservas o rechazos de la misa tradicional. Me alegra su crecimiento y me repatean las zancadillas. Hay sobrados testimonios de ello. También se acepta sin la menor reserva la misa de Pablo VI celebrada como la Iglesia quiere. Que es además a la que yo normalmente acudo. Consideraciones sobre la una o la otra, desde su aceptación, las que queráis. Pero desde la aceptación de ambas. Y para gustos se pintan colores. Pero aquí una misa buena y una mala, no. Los males de la Iglesia, evidentes, no están en la misa. Están en haberla convertido en el Puerto de Arrebatacapas en el que todo el mundo hace lo que le da la gana salvo los pobres Franciscanos y Franciscanas de la Inmaculada. A esos, palo y tentetieso. Y la amenaza de que algo parecido pueda ocurrirles a otros tradicionalistas. Me refiero por supuesto a los tradicionalistas presentables. Que otros hay ya en el puro cisma. Esos me traen sin cuidado. Que con su pan se lo coman. Pero no en el Blog.   

 

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