«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Testimonio de un chisgarabís

Siempre me lo pareció Antonio Aradillas. Desde los días de Pueblo en los que él y Juan Arias eran las figuras religiosas del popular periódico. ¡Vaya olfato el de Emilio Romero! Pero si tenemos en cuenta que el periodista de Arévalo era listísimo, y no precisamente un Padre de la Iglesia, tal vez encomendar a esas personas la información religiosa del diario no fuera un despiste sino algo buscado a conciencia.

Aradillas tiene ya 86 años. Nació el 27 de enero de 1928 en un pueblo de Badajoz, Segura de León, que apenas conocerá nadie. Estuvo perdido muchos años hasta que Religión Digital le ha recuperado sin gloria y con notable pena eclesial. 

Ahora acaba de escribir en ese medio un artículo que vale la pena leer para darse cuenta del fondo de la huida de tantos sacerdotes y religiosos en los años posconciliares. Expone una realidad que se dio. Por ejemplo en él. Y que cuando se relajaron los criterios de la ascética sacerdotal, del control episcopal, de opacamiento de unos ideales, las promesas de un mundo que en no pocos casos jamás llegaron, condujeron a un masivo abandono del estado sacerdotal. Aradillas no lo abandonó. No sé si él perdió algo por ello. Creo que la Iglesia no ganó nada.

 http://www.periodistadigital.com/religion/opinion/2014/04/17/colgar-los-habitos-religion-iglesia-opinion-aradillas-confesiones-cura-jubilado.shtml

Ahora, afortunadamente, la situacióan ha cambiado radicalmente. Y no hay «desertores del arado». Hoy la vida ofrece a todo joven perspectivas más halagüeñas, al menos en teoría, que hacerse sacerdote. Quienes deciden seguir a Cristo en su llamada saben que, en principio, eligen una vida peor según los criterios del mundo. Aunque no sean los de Dios. El testimonio de Aradillas me parece a la vez penoso e importante. El horizonte que él eligió no es ya el de los jóvenes que aceptan seguir a Cristo en su vocación sacerdotal. La generación de los Aradillas se extingue. Con mucha más pena que gloria. Aunque haya dado también, ciertamente, espléndidos sacerdotes. No ha sido su caso. Ni el de otros muchos. 

 

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