«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Caminando hacia febrero de 1936

28 de junio de 2014

La inauguración éste lunes del campus de FAES volverá a ser, un verano más, una buena oportunidad para ‘tomar la temperatura’ a las maltrechas relaciones entre la actual dirección del Partido Popular y su laboratorio de ideas, cada vez más mermado en influencia y relevancia mediática y al que se quiere silenciar definitivamente -sería el ‘tiro de gracia’ al Aznarismo– con la sustitución de su actual presidente, que lo es también de Honor del PP, José María Aznar por quien manda, a día de hoy, en el cuartel general genovés, Dolores de Cospedal. Un relevo, de mejor o peor gana, que acabará vaciando el patronato de éste ‘think tank‘ de los últimos hombres y mujeres fieles a Aznar, y que también lo seguían siendo a las esencias del ideario popular -principios y valores que permitierón al centroderecha español recuperar el poder tras el caos Zapaterista– y situar a unos desideologizados -en el mejor de los casos- peones de la actual y pragmática línea Arriola: -‘éstos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros’- para quien todo vale con tal de perpetuarse en el poder.

Fue Felipe Gonzalez quien mucho antes que Arriola descubrió aquello de que daba igual que el gato fuera blanco o negro, con tal de que cazara ratones. Lo cierto es que esa filosofía política, que tan buenos réditos ha dado siempre a la izquierda –González duró trece años en el poder y más hubiera durado si el crimen de Estado y el saqueo generalizado del dinero público al que se aficionaron muchos socialistas no le hubiera expulsado de Moncloa– a la derecha no le funciona. Tiene escrito don Ricardo de La Cierva en su imprescindible obra ‘La Derecha sin Remedio’ que esta, cada vez que quiere esconder su auténtico ser o se averguenza del mismo, se empeña en etiquetarse como centro, lo cual no deja de ser una prostitución intelectual como otra cualquiera porque a la izquierda jamás se le ocurriría autocalificarse de tal manera, más bien al contratrio, cada día que pasa se enorgullece de ser ‘más de izquierdas’. Y así hemos llegado al panorama actual en el que, una vez más, al igual que en 1996, la derecha no ha accedido al poder por sus propios méritos si no por desgaste de una izquierda, exhausta tras arruinar España por segunda vez en 40 años.  Y, acomodado, como es de natural el ‘establishment’ conservador en nuestro país, más preocupado por la calidad de sus habanos y por pasar papeles de una carpeta a otra, volverá a cometer el error habitual de pensar que podrá eternizarse en el poder ignorando que a la izquierda le bastan cuatro años para reponerse y volver a arrebatarle lo que consideran suyo por derecho natural, que es mandar. Y no hablo del PSOE, en franca descomposición como se sabe. Hablo de un magma mucho más amplio y peligroso. Es sabido que a la izquierda la democracia sólo le sirve cuando vale para situar a sus hombres al frente de la nave. Cualquier otra situación es para ellos una anomalía que les hace salir a la calle a conquistar violentamente lo que las urnas les han negado.

Hago esta larga excursión para señalar que, la pérdida del último reducto en el que se atesoraban los principios y valores de una derecha liberal -conservadora, moderna, atlantista, defensora de la unidad de España y comprometida sin ambages con el derecho a la vida -sobre todo de los más débiles-  y que cree, por encima de todo, en la primacía absoluta de la libertad individual y de la iniciativa privada, condenará a España a una situación de monopolio político ‘de facto’ en la que será imposible elegir porque todas las opciones llevarán a un camino similar: la anulación del indivíduo y de su voluntadad e iniciativa en la pira estatista, legitimación legal del asesinato – con el eufemístico barniz de los distintos ‘supuestos’ – de los aún no nacidos en el vientre de su madre, cesión ante los independentistas que, no sólo aspiran a destruír la unidad de la Nación más antigua de Europa, sino a que esta destrucción sea costeada por todos los españoles y un pase de página definitivo al terrorismo etarra, última excrecencia del marxismo en pleno siglo XXI- con excarcelaciones masivas de crimilales con las manos manchadas de sangre y el perpetuo desprecio a las víctimas. Puede parecer exagerado pero es, más o menos, en lo que están muchos de los que a día de hoy se sientan en la torre de control y que, mediante esa política, creen ingenuamente que van a perpeturse en el poder, sin darse cuenta -una vez más y van… – de que por ese itinerario, de aquí a un año y medio, muchos los ciudadanos volverán a preferir votar al original y no a la copia. Muchos que serán mayoría, sobre todo si quienes jamás considerarían seriamente votar a una opción de izquierdas persisten en quedarse en su casa, aún sabiendo que con esa actitud devolverán a España a una situación similar a la que ya vivió éste país en febrero de 1936.

 

 

 

 

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