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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Los inspectores de Hacienda y las prostitutas

12 de junio de 2014

Que dicen los inspectores de Hacienda que hay que legalizar la prostitución. Pero no para que las que practican tan viejo oficio lo hagan en condiciones sanitarias seguras y controladas, o para protegerlas del proxenetismo, o para que sus clientes -tiene que haber de todo en este mundo de Dios- estén también casi tan seguros como en casa… no. Hay que hacerlo para aflorar una inmensa bolsa de fraude y de dinero negro. Puestos a buscar bases imponibles inverosímiles, ahí hay un magma ingente, claro.

Y digo yo que ya puestos, por qué no proponen gravar el tráfico de armas, o la trata de blancas, o envían a un par de subinspectores a cualquier poblado marginal a las afueras de Madrid, gobernado por algún clan de los de chabola y Mercedes a la puerta en plan: -«Hola, buenos días… soy inspector de Hacienda. Vengo a ver si me puede usted facilitar las facturas de los gramos que ha vendido el último trimestre porque observo un desfase entre sus ingresos y el nivel de la chabola en la que vive y creo que se está usted aplicando un quince, cuando la venta de farlopa está grabada con un veintiuno… sí, espero… no tengo prisa. Gracias»…

Sorprende que tan digno cuerpo, nunca mejor dicho, se meta de lleno en ese jardín que no parece el más propio para ser objeto de su atención y no lo haga en otros mucho menos sugerentes pero más vinculados con su oficio. La tributación de las famosas SICAV, por ejemplo. O los capitales de ciudadanos españoles, residentes fiscales en nuestro país pero con dinero -y no poco –  residenciado en paraísos fiscales, la presencia de filiales de multinacionales españolas, bancos incluidos, en esos mismos paraísos fiscales, que drenan miles de millones de euros buscando precisamente una tributación más cálida. Todo ello legal, y legítimo, añadiría yo puesto que en España, la presión fiscal (olvídense del tramposo ratio impuestos entre PIB, hablo de presión ‘real’) soportada por los individuos que hemos tenido la suerte de nacer en esta gran nación es, sencillamente, insoportable o confiscatoria, como prefieran. 

Pues no. El noble cuerpo inspector se dedica a sangrar al dentista o al abogado que se ha deducido dos comidas y un taxi. Si no fuera una vergüenza, sería, simplemente, un chiste. Jamás he oído nada, a ninguno de ellos, acerca del tipo efectivo de tributación de las grandes sociedades en España, que no es, ni mucho menos, de un 30 por ciento ni de un 25 sino muy inferior. Tampoco de las fundaciones bancarias, esas viudas negras que permiten a eléctricas y grandes bancos destinar un excedentario pastonazo -que de otra forma iría a parar en buena parte a las arcas del Estado– a obras sociales, buscando una generosísima tributación. Sólo escucho bramar a don Cristóbal en sede parlamentaria contra cineastas, artistas, deportistas o tertulianos con gran suficiencia mientra, por no decir otra cosa, mientras su partido sigue inmerso en un macroproceso judicial porque, según parece, pagó en negro -presuntamente, siempre presuntamente- las obras de su sede en Génova 13. Y ya puestos, me gustaría saber si consideran ortodoxo aceptar facturas… ¿falsas o no? por parte de una Infanta de España para que le cuadren las cuentas y rebajar así la cuantía del fraude a menos de 120.000 euros, evitando el delito fiscal, mientras a trabajadores por cuenta ajena y a pequeños autónomos les miran hasta los calzoncillos. 

Ya sé que el de los inspectores de la AEAT es uno de los cuerpos más profesionales de nuestra Administración. Y que, al final, hacen lo que les ordenan sus jefes políticos. Pero eso a mí me da igual porque al final el resultado siempre es catastrófico para el ciudadano corriente, la sufrida clase media que paga y paga y paga… mientras otros se escapan por todos los resquicios posibles como los gases… Paísssssss, que diría Forges.

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