«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El actor de un guión ajeno

24 de marzo de 2014

Adolfo Suárez fue el actor de un guión que escribieron otros. Me refiero, sobre todo, a Torcuato Fernández Miranda. Tan sólo a él y a ningún otro puede adjudicarse la auténtica paternidad de la Transición. El edificio final habrá podido gustar o no, o ser visto de diferente manera con la óptica del tiempo. pero su arquitectura no cabe atribuirla a nadie más. El nuevo jefe del Estado necesitaba un libreto, el de Torcuato, y un tenor. Y de entre los posibles, optó por Adolfo Suárez. Con alguna ayuda del exterior. Era el único que podía servir a sus propósitos. Otros como Fraga, Areilza o López-Bravo, nunca tuvieron la menor opción, precisamente porque ya eran alguien, por si mismos, y desde hacía muchos años. 

Adolfo Suárez no era nadie. Todavía. Casi como el joven Rey. Y por ello, no podía hacerle sombra. Al igual que don Juan Carlos, Suárez era ‘audaz’… incluso algo ‘imprudente’, como señalaron enseguida sus enemigos, resentidos por no haber ocupado un lugar que creyeron destinado para ellos. Puede ser. Pero sin esa audacia de dos recién llegados, que sabían que no había más que una bala en el tambor de su revólver, nada de lo que se hizo hubiera podido llevarse a cabo. Y deprisa… muy deprisa. No había tiempo que perder. La opción era elegir entre lo incierto o lo peor. Y lo peor era un nuevo enfrentamiento civil. 

Desde ese punto de vista la Transición fue un éxito. Aunque hoy, casi cuatro décadas después, parezca que aquellos cimientos fueron el sostén de la degeneración sistémica a la que asistimos. De la podredumbre partitocrática que asola España, al igual que en la segunda década del siglo XX, con la descomposición de la Restauración diseñada por Cánovas. La historia se repite, con milimétrica y maldita persistencia. Dicen los historiadores que España puede explicarse en ciclos de cuarenta en cuarenta años. O de setenta, depende de cómo se mire. No sé si son esos exactamente los plazos, pero de que la historia es circular, como el poder, no me cabe ninguna duda. Con la muerte de Adolfo Suárez se cierra el último círculo. Veremos por donde comienza el siguiente.

 

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