«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Amanece cuando sale el sol

27 de agosto de 2015

La necesidad de democracia interna dentro de los partidos políticos es una cuestión de legalidad, sencillamente. El Artículo 6 de la Constitución dice literalmente:  “Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”. De este modo, podrá haber el debate que se quiera, pero lo legal es que lo sean. Sin embargo, la cruda realidad es que absolutamente ninguno lo es, ni de lejos.

Por tanto, en origen, todo partido político en nuestra España – permítanme acotar el discurso – lleva incorporado en su proceso fundacional un golpe de estado por parte de la ejecutiva primigenia al supuesto órgano supremo de la formación – la asamblea general -, tomando así el control del partido a través de todo tipo de maniobras que, si bien no llegando a la sangre, le son sistemáticamente tangenciales. Aquello que casi todos critican como vulneración democrática bolivariana – que lo es –, lo llevan a cabo sin excepción en el seno de sus filas.

Esto de ser delegado de la voluntad del conjunto, no parece casar excesivamente con la condición humana. No somos tendentes a la superconducción, más bien tenemos una fuerte querencia a ser el tungsteno de la bombilla, a consumir la energía dada para brillar con luz propia – en el propio interés – ofreciendo una considerable resistencia al paso de la voluntad de los que nos dan su confianza, a través de nuestro precario espíritu de servicio.

Así las cosas, un ciudadano de a pie que se sienta inclinado al servicio público a través de la política, encontrará en el partido al que se afilie una absoluta indiferencia – casi sorna – ante cualquier planteamiento esencialmente democrático y ante cualquier iniciativa impulsada al margen de la bien tejida cadena de amiguetes y aduladores en cuestión. En el caso en que la necesidad sea imperiosa y se vea obligado a ir al excusado de la sede de la formación, no sería de extrañar hallar impreso en el papel higiénico, repetidamente en cada pliego, el citado Artículo 6 de la Constitución Española.

A la sociedad no parece importarle gran cosa este asunto de la democracia interna de los partidos, como si fueran asuntos de familia. Es fastuoso como pasamos por alto tantas y variadas cosas que pagamos con nuestros impuestos. Yo sólo me permito recordar que no hay asuntos internos en los partidos. Todos los asuntos son absolutamente públicos y deben rendir cuentas completas de su funcionamiento a toda la sociedad, puesto que su sostenimiento económico principal es el dinero público que, los que pagamos impuestos, entregamos a tal fin.

Nos preguntamos porqué los políticos van por libre. Porqué no cumplen sus programas electorales, porqué la corrupción se extiende entre sus filas y porqué muestran una aburrida indiferencia en los parlamentos, quedándose dormidos, jugando con la tableta que les pagamos o, simplemente, no yendo. Es sencillo: ellos ya llegaron. Su buen hacer en la red clientelar de su partido, el peloteo afinado, los servicios prestados, les han conducido y elevado a la condición de aprietabotones, tan ansiada como finalmente soporífera y altamente desmotivadora al fin y al cabo. Pocas excepciones a esta norma y no absolutas.

Si de verdad funcionase la mítica democracia interna, los cambios que veríamos serían formidables. La selección de los mejores perfiles, el cumplimiento de la norma por encima del capricho sectario, la profesionalización de la política en el mejor sentido de la palabra, el predominio del criterio de eficiencia, un verdadero debate interno generador de ideas innovadoras y de calidad… El impacto que tendría en nuestra vida política y en la gestión de lo público, a nivel económico, social, intelectual, estratégico, sería de tal calado que estaríamos ante una revolución, un nuevo paradigma. No hay mayor riqueza que el talento, y este sólo florece plenamente en las condiciones de respeto y justicia adecuadas.

Sin embargo, la democracia interna efectiva supone unos valores que aún no hemos logrado hacer prevalecer. La generosidad, la tolerancia, la honradez, el respeto a las normas – que no es más que el respeto a la sociedad en su conjunto – y la superación de la tentación atávica de considerarse un iluminado dentro de un mar de presuntos ineptos.

De modo que en esta apaleada y encarcelada democracia interna, se halla el origen de toda la espuria implementación democrática de la que somos testigos en la actualidad. De aquellos polvos, estos lodos. En la base del quebranto, la diferencia entre lealtad y servilismo; siendo que a la primera le mueve el espíritu de servicio a una sociedad, y a la segunda, la satisfacción del amo en beneficio propio.

En realidad, es bastante obvio: amanece cuando sale el sol, no cuando sitúas las agujas de tu reloj a la hora prevista.

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