«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

España deleznable

16 de septiembre de 2014

El proceso de secesión de Cataluña, en marcha, es posible por dos motivos. El primero es la corrupción de España como comunidad política, sobre el que mucho se ha escrito. El segundo es una concepción, deleznable también, del derecho.

El derecho es el precipitado histórico del comportamiento de los individuos en comunidad, que descubre las lindes de los derechos de las personas y el ámbito de su responsabilidad, y describe los usos en cuanto a su transmisión y la resolución de los conflictos. El derecho emerge de la interacción de las personas, y evoluciona con las costumbres, la economía, la tecnología. Nace del conflicto de intereses, en el que sólo triunfa, a largo plazo, la solución más acorde a la naturaleza humana. Y por eso, cuando el derecho es auténtico, también es justo.

Pero el derecho ha sido secuestrado por la política, como ha ocurrido con la economía, y se ha sustituido ese proceso social por las pretensiones de los intelectuales y, al final, por el capricho de los políticos. Ahora se identifica a la ley no con una experiencia inveterada y depurada por la razón, sino con lo que resulte del proceso político. El prestigio de la ley se ha volatilizado, porque se somete al caprichoso cambio en la opinión pública, y ésta está manipulada desde el poder. Lo único que hace que una ley se cumpla es, en primera instancia, el acuerdo de la opinión pública, y en última, el recurso a la violencia.

La idea de España, como comunidad política, se ha ido degradando hasta que José María Aznar la ancló a la Constitución. Patriotismo constitucional, se llamó al engendro. Pero la Constitución es esta ley nueva, arbitraria, maleable y caprichosa. Un cambio sistemático en la opinión pública en Cataluña, impuesto desde el poder allí y permitido y amparado desde el poder aquí, ha dejado como último valladar de la Constitución, y por tanto de España, a la violencia; al Ejército. Para terminar, este castillo de naipes sobre el que sostenemos España incluye una alergia al Ejército y a su función que es aún mayor que el desprecio a España como patria.

Si España sigue existiendo será un milagro. Pero sigue mereciendo la pena rezar por él, quien todavía se acuerde de cómo hacerlo.

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