«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Añoranza del morado

13 de abril de 2014

Ondea la bandera republicana en Bilbao, y en Madrid se convocan decenas de manifestaciones nostálgicas. Hay que ver como no pasa el tiempo, que hay ayeres que no se marchan nunca, que se cumplen hoy ochenta y tantos años y todavía parece que será mañana, que aún no ha sucedido del todo, la República. Cierto que aquella época nefasta ya estaba perdida en la historia, y que sólo algunos la han regresado ideológicamente, con añoranza adolescente de lo desconocido e idealizado, porque no saben vivir en este siglo, o porque consideran el juancarlismo como sistema amortizado. 

Sería agradable -como sucede en Italia- que la política fuese sólo un espectáculo caro que apenas influye en los ciudadanos, que la soportan como nosotros sufrimos Tele 5, es decir, con cierto asco pero sin tomarla nunca en serio. Pero acá afecta a lo más íntimo, porque el español no es todo traca, feria y chirigota, también tiene sangre orgullosa, y esta era en realidad la palabra que nos definía en Europa, mucho antes que el olé y que el torero. Bueno, en realidad eran las dos, sangre y orgullo, y precisamente por eso resultan muy necios los rescatadores de causas antiguas, de odios viejos, los que se empeñan en que los aniversarios sean renaceres, quizá porque sólo en otro siglo saben diferenciarse del adversario, porque en el presente van tan de la mano que a veces no se diferencia al socialista y al banquero, al millonario y al expresidente.

Lo más curioso, de entre todas las falsedades que en cada aniversario republicano padecemos, es la exaltación del golpe de estado de aquel 14 de abril, en el que unas elecciones municipales cambiaron un régimen. No hay resquicio legal que lo justifique. Y eso se convierte ahora en aviso a navegantes, para los tecnócratas de manguito y visera, y todos los que crean que la simple letra de la ley puede detener procesos revolucionarios o separatistas. Es como pensar que en la final de la Copa del Rey no habrá patadas en los tobillos, porque lo prohíbe el reglamento.

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