«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La fiesta de Rajoy

25 de febrero de 2014

Muy tradicional en su aspecto, traje azul burócrata y rayada la corbata, el presidente sólo se ha permitido el toque de color al colocarse el zarcillo que le acredita como conquistador del Cabo de Hornos, como lo hacían los piratas que sorteaban ese cementerio de navíos. Por esa afición tan suya a caminar junto al signo más progre de los tiempos, debería aggiornar la costumbre y hacerse un piercing.

Rajoy ha acudido con ilusión a su fiesta parlamentaria anual, donde recibe más regalos que una jovencita al hacerse mujer. El mejor argumento de su Gobierno -y él lo sabe- sigue siendo la comparación con sus alternativas, por eso espera entusiasmado la dádiva generosa de la oposición de izquierdas y nacionalista, que con sus discursos radicales, subversivos, ilegales -e incluso con alguna performance de inspiración chavista- le acabarán por convertir en un gran hombre de Estado. Zetapé -además de España y del PSOE- también se ha cargado el refranero, porque era imposible que llegara otro que a él le hiciera bueno.

Las medidas anunciadas por el presidente son de las que hay que analizar con calculadora, manguitos y visera, o sea, de las que le gustan, nivel de secretario de Estado, o como mucho de ministro. De la crisis de identidad irresoluta en las derechas nace el retorno a la tecnocracia. De hecho, si no fuera porque la ley de Memoria Histórica lo prohíbe -y él por supuesto nunca la derogaría- probablemente Rajoy le levantaba una estatua ecuestre a López Rodó.

Sobre la pretendida secesión catalana, hay que reconocerlo, sí ha construido una intervención más sólida de lo que acostumbra. Lástima que quede ensombrecida por la sospecha de que lo hace más por miedo a UPyD y a VOX -el partido que aspira a refundar la derecha desacomplejada-, que como reflejo de una convicción íntima, que debería plasmarse en utilizar todos los medios de su gobierno para desmontar el creciente poder de los secesionistas, y para empezar a dar de una vez la batalla cultural, política y judicial que la amenaza requiere.

Ni una palabra sobre el aborto -que ha pasado de ser una tragedia cuando estaba en la oposición, a una incomodidad que le va a costar el ministerio a Gallardón-; ni una frase sobre la presencia de las franquicias políticas de ETA en las instituciones; ni el anuncio de que se vaya a desmontar una sola de las leyes ideológicas del zapaterismo, a pesar de que tanto agitaron las calles contra ellas. El discurso del año pasado fue como el del albañil que acude al aviso de goteras, que mira la humedad y dice “uf”, y el propietario ya sabe que ese gesto le va a costar la trilogía de Churchill. El de hoy ha sido más parecido al que hace el operario a mitad del trabajo, que trata de vender las bondades de sus logros, pero todavía se queja de que allí ha debido trabajar gente poco profesional, que había que sanear más de lo previsto, pero que el baño va a quedar fenomenal, señora, ya lo verá. Luego, en cuanto esté todo alicatado, se marchará ufano, tan convencido de que volverán a llamarle, como de que el agua volverá a aparecer.

.
Fondo newsletter