«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Gregorio, veinte años después

23 de enero de 2015

Veinte años después -como en el libro de Dumas- continúan las intrigas políticas y la violencia, aunque ahora sólo se muestre como amenaza silenciosa. Los malos van ganando. El nombre de Gregorio Ordóñez todavía es referente para quienes se niegan a claudicar ante el terrorismo, e incordio para los que pretenden mercadear políticamente con los asesinos. Carlos Iturgaiz le recordaba hace tiempo de forma pesimista, afirmando que “si Gregorio resucitase se volvía a morir del susto”. La verdad es que el escenario de la política no puede resultar más desalentador para los que dieron la vida por la libertad y la unidad de España: El ayuntamiento de San Sebastián, en vez de recordar a Ordóñez, enaltece a históricos asesinos de ETA; a Bolinaga le hacen homenajes ominosos, en las mismas calles que ellos llenaron de sangre; el diputado general de Guipúzcoa es un tipo que hizo mofa de la tortura a la que fue sometido Ortega Lara; y, como cruel guinda, los actuales dirigentes del Partido Popular defienden que hay que construir el futuro junto a los representantes políticos de ETA. Más que volver a morirse, probablemente Gregorio -por su carácter indomable- diría que hay que volver a empezar.

Él comenzó muy joven, con 24 años ya ocupaba un sillón de concejal. Eran años durísimos de ETA, cuando se estaba sembrando todo el miedo y el odio que hoy tanto rédito les proporciona. Gregorio Ordóñez se opuso con la misma vehemencia tanto a los métodos de ETA como a sus fines, y trató de reanimar a la atemorizada sociedad vasca. Casi lo consigue: en 1994 la lista del PP fue la más votada en San Sebastián, y algunas encuestas adelantaban un triunfo de Ordóñez en las siguientes municipales. ETA-Batasuna no podía permitirse aquella previsible derrota, así que el 23 de enero del 95 le siguieron hasta un conocido restaurante de la parte vieja -donde no hay una mísera placa que le recuerde- y allí lo mataron a balazos, por la espalda, como parece el destino de toda derecha que no se deja domesticar desde los tiempos de Calvo Sotelo.

Los que decían -y todavía lo repiten como bobos, ahora en París- que el terrorismo nunca conseguiría nada con sus crímenes, sólo tienen que contemplar el consistorio donostiarra hoy, donde en vez de Gregorio se sientan sus verdugos. Y ni quiera los balazos aplacaron su odio, que hasta a la tumba le persiguieron, profanándola en varias ocasiones.

El asesinato de Ordóñez refleja muy bien la trayectoria política de ETA. Su recuerdo es un mentís permanente a Bildu, Amaiur y Sortu, y a cualquier otro disfraz de cordero que adopten mientras se llenan la boca con la palabra paz. Pero su muerte también resulta incómoda para quienes -desde su mismo partido-, se han abonado al síndrome de Estocolmo, o se ponen nerviosos cuando se les habla de algo tan esencial como la memoria, la dignidad y la justicia.

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