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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Es la guerra

3 de marzo de 2014

A Groucho le encantaba utilizar este título, siempre como apogeo de los gags más marxianos de sus películas. Es la guerra, gritaba, y la carcajada surgía a borbotones cuando él y sus hermanos habían construido una escena delirante, que convertía en inevitable la proclamación de la suprema locura del hombre.

Ahora que se cumplen cien años del primer ensayo general del apocalipsis, andamos bastante empeñados en hacer otro bis, dispuestos a celebrar el aniversario con una recreación a gran escala. En aquel 1914 los alemanes acogieron la frase de Groucho con un entusiasmo infantil, sin sospechar que su ilusión bélica les iba a costar mucho más que la trilogía que Churchill prometió a los británicos. De la Gran Guerra nació la Segunda, y la revolución soviética, y la partición de Europa, y palabras nuevas como genocidio o hecatombe nuclear. Como escribe Ignacio Peyró, hay siglos que es mejor no levantarse. Al nuestro, sin embargo, algunos le auguraban todo éxito y esplendores, como si fueran adivinos haciendo profecías sobre el primogénito de un tirano. 

Eran esos los postulantes del fin de la historia, que además de soberbia, pecaban de una muy naíf antropología. Lo cierto es que el año 2013 ha sido el que albergara más conflictos bélicos desde la Segunda Guerra Mundial. Y ahora en Crimea -donde occidente ya traicionó a Rusia una vez- están desplegando el Risk los amos más siniestros del mundo. No es alentador que el comandante en jefe americano sea un hijo tan legítimo del 68, cuyos resultados en política internacional son un centenar de ciudades incendiadas, ese yihadismo desatado que algunos todavía llaman primavera árabe. Tampoco mueve al optimismo la configuración política de la Unión Europea, un diseño burocrático, neosoviético, tan artificial e ideológico que muy difícilmente soportará un empujoncito de la historia. Y entre los males presagios, casi resulta divertido contemplar la división de los comentaristas de ABC, aliadófilos y rusófilos enfrentados igual que hace cien años, cuando el periódico de Luca de Tena albergaba a simpatizantes de los dos trincheras.

Ojalá el Buen Dios nos aparte este cáliz, pero incluso aunque la sangre no llegue al Mar Negro, ya está en marcha la guerra de la propaganda, se multiplican los expertos en constitucionalismo ucraniano, y algunos explican que Rusia no tiene derecho a hacer exactamente lo mismo que nosotros hicimos en Kosovo. 

La guerra, nuestra madre, escribió Jünger; un factor de progreso para Unamuno; la gran cirujana de la historia según Ortega -o Spengler, no me acuerdo-. En lenguaje actual todos quieren decir que la guerra es el software con el que se actualizan nuestras aplicaciones más obsoletas. Y sólo en boca de Groucho tiene gracia.

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