«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Melancolía de biblioteca

29 de enero de 2015

Hay días y días. A veces, sólo con observar los libros amontonados en la habitación, te asaltan pensamientos lúgubres, premoniciones sombrías, sensaciones melancólicas que se adhieren al alma como hojas secas y embarradas a la suela de un zapato: que todo lo bueno se acaba, dicen estos presentimientos, que cualquier esfuerzo es inútil, que hoy es peor que ayer pero infinitamente mejor que lo que nos depara el mañana, porque entonces nuestros hijos adquirirán el conocimiento por medio de una pantalla tecnológica y fría, en vez de descubrir el mundo a través de páginas amarillentas, en volúmenes heredados y sustraídos de la hoguera fanática, escritos antes de que no importase decir la verdad o mentir.

Y eso que al augurar un porvenir de horror tecnológico, imitando a Houellebecq, uno se hace bastante responsable de la tragedia adivinada, porque cada vez más a menudo traiciona al portaminas y al folio sustituyéndolos por las teclas, en un adulterio adictivo y comodísimo, casi inevitable, porque una cosa es quejarse del progreso y otra muy distinta apagar la calefacción o trasladarse en bicicleta. En realidad, añorar el pasado es sólo una pose perezosa, con buena acogida literaria gracias a los versos de Jorge Manrique y a ciertos mecanismos psicológicos que publicitan lo mejor de nuestros recuerdos. O sea, que además de la histórica, nuestra memoria particular también nos miente.

En fin, que somos, aunque no lo queramos, muy de nuestra era. Y perdemos todo el tiempo que invertimos en negarlo, escandalizándonos del postmodernismo, como si fuésemos nosotros visitadores del espacio, o una tribu del Amazonas, o ermitaños, o anacoretas retirados del mundo para denunciar las iniquidades del siglo y no ser cómplice de ellas.

Hay días y días, y a veces nace una apología del pesimismo sólo por contemplar el amontonamiento caótico de los libros en la habitación, al verlos como un cementerio de ideas y de esfuerzos vanos, residuos de una virtud antigua que se deshacen poco a poco para proclamar que nada resiste el paso del tiempo, que también nosotros somos polvo y en polvo hemos de convertirnos. Porque en estos días hasta las jaculatorias pueden transformarse en mecanismos de desesperación o de tristeza.

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