«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La quimera del odio

21 de agosto de 2014

Acercarse al domicilio de un concejal para simular su fusilamiento es la forma que tienen los separatistas de procurar el estado islámico catalán. Tiene sentido. Para los que alimentan la quimera de la secesión el odio ha sido motor político, carnaza electoral, la excusa con la que camuflar el saqueo que ellos mismos han perpetrado en sus regiones y epidemia con la que empapar a generaciones enteras, que en todo ello reside su gran negocio. Por eso -fruto inevitable de ese veneno- el asesinato de españoles puede llegar a convertirse en una chanza, sin importarles nada la sangre auténtica que sus psicópatas cachorros han vertido durante décadas.

Y habrá ingenuos que todavía se alegren de la transformación del plomo real en una pantomima sin gracia, como si fuera un método más pacífico. Nada de eso. En la deshumanización del adversario hay muchísima más violencia que en un tiroteo aislado; en el dedo burlón que señala el objetivo, en sus insidias, en su humor macabro, reside más ira genocida que en la pedradas que lanzan sus escuadristas contra la policía. No hay pogrom en la historia que no nazca de la propaganda, que no haya promovido paredones de plexiglas para más tarde convertirlos en fuego real. Primero ahorcan un títere de trapo, luego degollan a un periodista de carne y hueso.

En fin, nada nuevo. La última puesta en escena de este gran teatro nacionalista, de la quimera del odio, nos puede estremecer, pero no extrañar. No hace mucho que ya fueron todos rubianes -desde el filoterrorismo hasta los socialistas catalanes-. Están convencidos de que ofender, discriminar, perseguir, vejar y hasta disparar contra españoles no es un delito. Que en realidad forma parte de su hecho diferencial. Y eso último es cierto. La violencia contra España es el único ADN del nacionalismo.

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