«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Podemos ir a peor

30 de diciembre de 2014

Sí, todo es susceptible de empeorar, aunque parezca imposible imaginarlo viendo la cola triste del paro, o peor, al fijarse en las condiciones de trabajo de esos jóvenes a quienes les dicen que deben sentirse afortunados por tener empleo, y cuyo formato de esclavitud parece que lo ha importado el PP en su acuerdo amistoso de colaboración con el Partido Comunista Chino. Dice Javi Torres -que es como un Tintín sevillano- que en su generación están destinados todos al exilio o a trabajar para mister Scrooge. Muy cierto, pero aún así, aunque no lo parezca, podemos ir a peor.

El gobierno de Rajoy puede presumir de haber liquidado las últimas barreras que nos protegían del modelo social que exporta Pekín, culminando un proceso histórico que empezó con la Transición y que acabará con el delfín de Mariano, o sea, con Pablo Iglesias. Esto me lo cuenta mi vecino mientras barbecha su huerto, que como es hombre mayor tiene la sabiduría de la previsión, y hasta el recuerdo del racionamiento. “Estos tipos -concluye, aunque él tenga genética proletaria y socialista- nos van a devolver por fin todo lo que nos quitó Franco: el hambre y las alpargatas”. Pues también es verdad, y sin embargo todavía tenemos margen para ampliar el desastre.

Entre la barretina bien ceñida de los sediciosos -versión a chapela en sus primos de titadine- o el gorro frigio de los pachones podemistas, observamos que el gusto por los tocados ridículos pretende coronar el viaje al desastre en nuestra versión más goyesca.

Y ante este panorama tenebroso como Mordor, los caballeros de la resignación se encogen de hombros diciendo que cuanto peor, mejor, como si la única forma de resistir una tentación fuese entregarse a una más escandalosa.

En una novela que se llama Vida de este chico, describe Tobías Wolf las desventuras de un niño bien al que su mundo se le derrumba. El tipo se mete en mil líos por no afrontar su realidad, por esa mezcla adolescente de pereza y aburrimiento -desganas de vivir si sólo es estudiar- hasta que por las noches acaba rezando para que ocurra un cataclismo y eludir sus responsabilidades. Incluso pide que se desencadene una guerra que todo lo haga olvidar. «Cuidado con lo que pedís en vuestras oraciones” acaba advirtiendo Wolf, porque en el siguiente capítulo estaba el pobre hombre metido hasta la cintura en el barro de Vietnam. Es sólo otro ejemplo de lo que le advierte el sacerdote irlandés a La hija de Ryan: “Rosie, no alimentes tus deseos. Sé que no puedes evitar tenerlos, pero no los alimentes, o te aseguro, ¡como hay Dios!, que algún día encontrarás lo que deseas”.

Pero en tiempos tan complejos como el nuestro -y tan oscuros- es fácil ceder al ejemplo alejandrin y cortar el nudo con una cuchillada antes que esforzarse en desliar la madeja, que es trabajo duro y poco gratificante, y que requiere talento, esfuerzo y paciencia, virtudes de las que no andamos sobrados. 

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