«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La razón de la violencia

22 de febrero de 2014

Todavía se difunde que existe una relación de causa y efecto entre la actuación de los guardias civiles de Melilla y la muerte de los inmigrantes. Quienes lo hacen están acusando a los agentes de varios homicidios, y sería bastante lógico que en pocos días un juez sentara en el banquillo, o bien a los guardias, o bien a los que difunden lo que parece una calumnia bastante infame.

Pero lo lógico está tan lejos de nuestra actualidad como la creación de empleo, por mucho que se empeñen los medios del gobierno -o sea, casi todos- en pregonar los milagros.

Hoy han vuelto a pasar la frontera un centenar de personas, armados con palos y piedras. Esto sí que encaja en criterios lógicos, porque los asaltantes saben que quienes guardan la valla se cuidarán mucho de repeler su intento, no sea que Elena Valenciano -o cualquier otro de los restos extravagantes que ha dejado el naufragio de zetapé- les acusen de simpatizar con Pieter Botha. Es lógico que asalten la frontera con violencia porque saben que en España se premia la vulneración de la ley. Los miles de inmigrantes que esperan en sus países, en lucha kafkiana con la burocracia que exige un visado, son simplemente ingenuos, y nunca encontrarán el apoyo de los solidarios profesionales. Sin embargo, los que por la fuerza llegan a Melilla reciben de inmediato atención médica, se les proporciona ropa, comida y charlas informativas sobre sus derechos adquiridos a pedradas. En España, sí, se premia la violencia.

Cuando ETA voló por los aires la T4, estaba dando el empujón necesario para volver a las instituciones. Cuando Al Qaeda en el Magreb logra secuestrar a un español -por mucho que el tipo diga que es catalán- sabe que es como encontrarse un diamante en el desierto, y que los muchachos del CNI no tardarán de aparecer con una maletín. Cuando un grupo de vecinos -minoritarios- pretende paralizar unas obras públicas, sabe que esos jóvenes encapuchados que regresan del botellón son la instancia adecuada que hay que enviar a la Administración. Y cuando unas fanáticas abortistas pretenden que se retire la ley de Gallardón, no dudan en atacar iglesias y sacerdotes, para que el presidente Rajoy no tarde más de una semana en anunciar que el anteproyecto está herido de muerte. La razón de la violencia, sencillamente, es que resulta muy útil. Los millones de españoles que se manifestaron contra la negociación con los terroristas, o contra todas la inicuas leyes ideológicas de Zapatero -todas ellas mantenidas por el PP-, pecaron de mansos. Si hubieran arrollado el mobiliario urbano, asaltado sedes políticas, perseguido y vilipendiado a los periodistas que discrepaban, entonces, sólo entonces habrían triunfado. Y cuando esos -los mansos- aprenda la lección, o desesperen, tendremos de nuevo a España donde siempre la lleva el progresismo, sea de izquierdas o de derechas: en la más irracional violencia. Qué ganas de equivocarme.

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