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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Duopolio u Oligopolio de partidos

2 de marzo de 2015

Diezmado por el azote de la crisis y la pandemia de la corrupción que él mismo ha generado, el régimen político actual ha llamado a rebato a sus intelectuales para crear el clima necesario con el que afrontar un cambio sin cambio, es decir, un cambio con cambiazo.

No es casualidad que comiencen a proliferar estudios sociológicos que,  basados en demoscopias electorales, anuncien alteraciones del sistema de partidos tan probables en su envoltorio como falsas en su verdadera esencia.

Estos estudios, que preconizan que el bipartidismo actual probablemente dé paso a un modelo tri o quizá cuatripartito, indican que, según los barómetros del CIS, el Partido Popular y el PSOE se encuentran con una intención directa de voto tan deteriorada que habría que remontarse a la época de Alianza Popular para igualarla en el primer caso, sin que existan precedentes en los últimos treinta y ocho años en el segundo, con la excepción de 1993 y 94. Y concentran toda su erudición analítica en dilucidar si en las elecciones generales de 2015 la ley D´hont y el sesgo de la provincia como circunscripción electoral serán suficientes para mantener el statu quo actual o si, por el contrario, generarán un nuevo sistema de partidos.

Por objetivo que sea el análisis sociológico que realizan, estos informes no hacen sino echar tinta de calamar en las aguas estancadas del poder oligárquico para confundir a los ciudadanos, presentándoles un mero cambio accidental como una modificación sustancial. Para aceptar la impostura, habría que desconocer la ciencia del poder que, muy al contrario que la sociología, caracteriza un régimen político y es mucho más exacta, porque se rige siempre por los mismos principios que Maquiavelo y Montesquieu nos mostraron ya hace siglos.

El hecho de que haya tres o cuatro partidos con verdaderas posibilidades de formar gobierno o de influir en el mismo, no trasforma en absoluto nuestro sistema de partidos. Tan sólo agrega nuevos caciques en el reparto del poder confiscado a los ciudadanos desde que se aprobó la ley electoral en el año 1977 y se blindó constitucionalmente la circunscripción electoral provincial en el 78. El paso de dos a cuatro partidos dominantes no hace sino transformar un duopolio en una oligarquía, pero en modo alguno modifica el régimen de poder instaurado a la muerte del dictador. Pues para ello es absolutamente necesario que el régimen de poder que éste instituye se transforme, otorgando el poder a los ciudadanos a través de un sistema electoral verdaderamente representativo, de manera que los partidos políticos -con primarias o sin ellas- no puedan bloquear a ningún ciudadano sus posibilidades de presentarse en solitario a unas elecciones. Sólo así puede emerger la libertad política de las fosas marianas en las que se encuentra secuestrada. 

El parlamentarismo de listas abiertas o cerradas es consustancial a la partidocracia, ya sea en la forma de la actual diarquía o de la oligarquía que parece delinear el horizonte, porque en todo caso implica una sinarquía antitética con la idea de democracia cuya única alternativa la genera el diputado de distrito. Por algo Francia, Reino Unido y Estados Unidos, los tres países más han luchado por la causa de la libertad, lo tienen instaurado. Por algo los países que apenas la echan de menos, carecen de él.

En España sólo existe un partido con posibilidades de formar gobierno que apuesta por una fórmula electoral que se acerca a este paradigma de la representación política. Ese partido es Ciudadanos y si finalmente dispone del poder que le auguran los sociólogos del establishment, es seguro que no travestirá el duopolio actual en oligopolio. Lo transformará en democracia. 

 

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