«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

¿A que llaman “progreso” los que se llaman “progresistas”?

 

 

Manuel Valls, el primer ministro socialista francés, ha dicho que la izquierda desaparecerá si renuncia al progreso. La frase estéticamente no queda mal, pero la cuestión central consiste en saber qué entiende el socialista por “progreso”. Comencemos admitiendo que se trata de uno de los términos mas manoseados en el lenguaje político de la llamada izquierda, hasta el extremo de dividir el mundo en dos grandes categorías: los progresistas, esto es, la izquierda, entendida conjunto de personas que deseaban el avance de la humanidad hacia cotas de mayor justicia, y, frente a ellos, en el lado opuesto, los conservadores, supuestamente aquellos que buscan detener el mundo, congelarlo y evitar esos “avances” que reclaman los contrarios. La falacia no puede ser mas grosera, pero hizo fortuna. Incluso hoy en día, cuando se tratan las cuestiones referentes al Consejo General del Poder Judicial, por ejemplo, se divide a los componentes de dicho órgano entre “progresistas” y “conservadores”, provocando el demoledor espectáculo consistente en comprobar que el Derecho, el Orden Jurídico, proporciona diferentes respuestas a los problemas según que la mayoría de quienes decidan pertenezca a una u otra “sección”

Progresista es una expresión que como significante permite multitud de significados. Así que acudamos a ejemplos concretos. Vamos al mundo judicial. ¿Acaso el progresismo de los gobiernos de González no consistió en introducir las reformas necesarias para que los miembros de la Sala Segunda, la que atiende las cuestiones penales, fueran mayoritariamente afectos al gobierno que proporcionaba su nombramiento? ¿Acaso el progresismo no consistió en aquella famosa frase del “Montesquieu ha muerto»? ¿Acaso es progresista sostener como sostuvo el magistrado «progresista» Martin Pallin que espiar a un ciudadano español con fondos reservados es algo legal en nuestro ordenamiento jurídico? ¿Acaso es progresista intentar y parcialmente conseguir restaurar lo que en terminología juridico-politica se llamaba la Justicia del Principe?

¿Y en el mundo parlamentario? ¿Acaso es progresista crear un modelo de partido político ajeno en su funcionamiento a los principios democráticos, un partido que invade la sociedad en su conjunto, que condiciona la igualdad de oportunidades reales a la pertenencia, afiliación o simpatía por sus dogmas y doctrinas?

Y en economía, ¿acaso es progresista lo que hicieron Solchaga y sucesores instaurando el dogma de la peseta fuerte que llevó de cabeza a la demolición del escaso tejido industrial español? ¿Acaso es progresista centrar la política económica en las fusiones bancarias abandonando la economía real? ¿Acaso es progresista someternos a disciplinas monetarias construidas sobre dogmas macroeconómicos olvidando que son las empresas pequeñas y medianas del sector real las que proporcionan fortaleza a un país?

 No necesito ni siquiera acudir a los inconcebibles sucesos de corrupción que asolan a progresistas que ocupan posiciones de poder en distintos planos del Estado, o que son capaces, como el caso de Narcis Serra, de  provocar un agujero de 12.000 millones de euros en una caja de ahorros que tendrán que ser cubiertos con dinero de todos los españoles sin  que nada suceda. Y no necesito referirme al mundo para preguntar si la Cuba de Castro o la Venezuela actual, son ejemplos de progresismo

La izquierda como modo de pensar, no desaparecerá. Me refiero al plano de la filosofía o de las ideas políticas. Pero lo que resulta ya imposible es construir una izquierda medianamente seria sobre la base de ese progresismo que ha caracterizado el hacer de los políticos de izquierda en los últimos años. El viejo progresismo ha muerto, debido, precisamente, a las calamidades en las que se tradujo en el plano de la convivencia entre españoles. 

Pero no nos detengamos aquí. También ha muerto un modo de entender el “conservadurismo”, que en demasiadas ocasiones se ha traducido en una suerte de complejo frente a los “progresistas” que les llevó a abandonar sus postulados esenciales y a difuminar su identidad en una magma de contaminaciones en el que ya no se reconoce nadie a sí mismo. También en este campo se necesita un nuevo modo de pensar y de comportarse.

Y es que, se den cuenta o no,un sistema de poder, un modo de entender el poder y sus relaciones con los ciudadanos, se ha desmoronado, sin que nadie haya sido capaz de proporcionar una repuesta a cómo debe ser y cómo será el futuro. Y eso es consecuencia de disponer de una sociedad civil que tiene de eso poco mas que el nombre, totalmente desestructurada, sin cauces de expresión propios, abandonada a la suerte de unos medios de comunicación en manos del Sistema. Esto es lo que hay, guste o disguste

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