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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El papa Francisco no quiere venir a España

23 de enero de 2015

El papa Francisco no visitará España en el año 2015, no quiere hacerlo, cae fuera de su propósito en acercarse a “las periferias geográficas y existenciales”, según nos dice el comunicado de prensa de la Conferencia Episcopal Española. La celebración del V Centenario del nacimiento de santa Teresa, unida a la invitación cursada por el gobierno y el Rey, no han sido suficientes para que el Pontífice, siquiera en una “visita breve”, se hiciera presente en Ávila y Alba de Tormes.

Celebrado por muchos y denigrado por no menos, el Cardenal Vicente Enrique y Tarancón fue el hombre elegido por Pablo VI, una figura decisiva para el cambio con el fin de liderar una nueva etapa en la Iglesia católica española. Aquel momento era muy complicado, pero el carisma de Tarancón, su poderosa visión en las relaciones Iglesia-Estado y, sobre todo, los obispos y colaboradores que estaban a su lado no sólo consolidaron su liderazgo sino que contribuyeron a debilitar a sus rivales ideológicos. Donde antes había un prelado cercano al franquismo, se encontraba ahora un obispo progresista. No es difícil pensar entre los primeros en Guerra Campos o Marcelo González, y entre los segundos en Fernando Sebastián o el jesuita Martín Patino.

La historia se repite. Ahora es Ricardo Blázquez el elegido por Francisco, el mismo que el 19 de noviembre de 2007, en la XC Asamblea Plenaria del Episcopado Español salmodiara la excelencia de Tarancón con motivo del centenario de su nacimiento, refiriéndose a él como “un don de Dios para la Iglesia y la sociedad española”, capaz de responder con dignidad al desafío que le planteaba la aplicación del Concilio en aquella etapa de la transición de nuestra sociedad. En la actualidad, el nivel intelectual en la cúpula de la Iglesia es mediocre comparado con aquél (es de mal gusto cotejar a Sebastián con Carlos Osoro, o al jesuita Martín Patino con Gil Tamayo) y las circunstancias en la Iglesia son distintas, encontrándose hoy la institución más bien cómoda en el sistema democrático español, a cuyo asentamiento contribuyó de manera notable.

Con la ausencia de su visita a España en el año 2015 se debilita el gris liderazgo renovador y aperturista que el mismo Papa ha liderado, secundado por los entresijos del mundo mediático, más afín al laicismo que a Roma. Más allá de que la política de comunicación de la Conferencia Episcopal haya quedado en entredicho cuando ha sido la Santa Sede quien ha tenido que manifestar la ausencia del Papa, si alguien parece enojado con semejante decisión es la ejecutiva del episcopado español, “contrariada” por la agenda pastoral del Papa, que no desea realizar un viaje de ida y vuelta, al no verse  reforzada su propia renovación ni alimentar cambios sustanciales en el perfil del episcopado español, a pesar de su envejecimiento, la evidente relegación de algunos auxiliares y los lógicos cambios en lugares estratégicos.

Hoy en la Iglesia de España se respira incredulidad ante lo ocurrido con monseñor Ureña en Zaragoza, sobre quien se extiende un manto de silencio y hermetismo absolutos, y no poca indignación entre las declaraciones de los obispos del sur de España y algún medio ideologizado y tendencioso sobre la supuesta doble vida del arzobispo de Granada, monseñor Javier Martínez. Sin duda, algunos medios dedicados a la información religiosa no realizan sus acciones a partir de la responsabilidad de la fe, sino buscando con ambigua destreza eliminar al adversario ideológico y conseguir ventajas personales.

 

No quiere el Papa venir a España. En una cultura donde la fe religiosa está arrumbada por el pensamiento único, instalada en la oclusión laicista y el desprecio hacia el clero, donde se produce desde los medios de comunicación, la educación y las leyes un deliberado esfuerzo por eliminar nuestra historia, espiritual y culturalmente conducida e inspirada por la profesión de la fe católica, y donde se intenta sustituir la ética por la religión como algo apremiante y se venera la imposición de la “ideología de género” en todos los estratos de la sociedad, la retracción del papa Francisco, orientando su deseo de “oler a oveja” en otra dirección, causa malestar, alivio y no poca incomprensión. Pero, sobre todo, deja en España un poso de manifiesta ignorancia sobre la situación religiosa de nuestra sociedad, “periférica” como pocas, y contribuye a una notable ambigüedad sobre el proceso renovador que el mismo Francisco decide dar a la Iglesia. 

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