«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Nació en diciembre del 75 a bajo cero en Granada y eso imprime carácter. Ha vivido entre el océano Atlántico y el mar Mediterráneo a un lado y al otro. Sureña en toda la extensión de la palabra y el territorio. Diplomada en Relaciones Laborales, desde pequeña se ha dedicado a escribir y a aprender de los que escriben. Liberal y contestataria, defiende sus causas y sus sueños desde el respeto. Tolerante, pero no moldeable. Normal, pero no vulgar."""
Nació en diciembre del 75 a bajo cero en Granada y eso imprime carácter. Ha vivido entre el océano Atlántico y el mar Mediterráneo a un lado y al otro. Sureña en toda la extensión de la palabra y el territorio. Diplomada en Relaciones Laborales, desde pequeña se ha dedicado a escribir y a aprender de los que escriben. Liberal y contestataria, defiende sus causas y sus sueños desde el respeto. Tolerante, pero no moldeable. Normal, pero no vulgar."""

Parada en Auburn Lake Trails

20 de abril de 2014

Podía haber sido la ruta 66 pero no era. Podía haber sido una gran autopista, pero tampoco. Aunque creo que sí, que en algún momento iba por una gran carretera, creo que no hace mucho me separé de la interestatal 80. Tampoco estoy muy segura. Yo salía de Reno, como podía haber salido de Nueva Jersey, confusa y huyendo de recuerdos, y ahora he tenido que parar en un pequeño pueblo que pertenece a El Dorado -qué ironía-, se llama Auburn Lake Trails y en mi vida había oído hablar de él.

Mi coche espera en un garaje y yo tomo una cerveza en un bar a las afueras del pueblo. Deben ser muy pocos habitantes porque me siento radiografiada, soy forastera y lo saben. La camarera es una chica joven con grandes ideas y ganas de hablar, me cuenta su vida en el lugar, aunque yo no quiera. Son poco más de tres mil habitantes, casas grandes y mucho aire libre, muy bucólico, pero no pasan cosas emocionantes, me dice. Se ilusiona cuando le digo que quizás mi meta sea San Francisco. Espero que no se le ocurra pedirme que la lleve. No estoy dispuesta a compañías, ni siquiera sé por qué la estoy escuchando, sólo quiero que mi coche esté listo y poder salir de allí.

Por fin la llaman de otra mesa. Son dos hombres que acaban de llegar. Ni me fijo en ellos. Por como cotorrea parece que tampoco son de aquí. Debe ser un día de fiesta para ella, con tantas novedades, pienso con cierta maldad. En realidad me da cierta envidia su entusiasmo pese a su presunta frustración local. Yo debería tener ganas de ilusionarme y en el fondo lo único que anhelo es morir. He venido haciendo locuras por las carreteras y mirando con cierto deseo cada desfiladero, cada barranco. Si fuera valiente lo haría.

Pido otra cerveza. Quedan muchas para que se me nuble la vista y me sobran dos para tener clara alguna de las miles de cosas que me angustian. Debería pasarme al bourbon, pienso, así la inconsciencia llegaría antes.

Mirando el fondo de la jarra no soy consciente de que uno de esos hombres se me sienta al lado. Cuando voy a protestar -lo que me faltaba hoy era tener que pararle los pies a un vaquero- me está hablando con total serenidad, una paz que me contagia, me hace contarle mi vida, mis problemas. No sé por qué lo estoy haciendo. Se llama Jonathan Smith, me dice. A penas cuenta más de su vida, y sin embargo me hace sentir como si nos conociéramos desde niños.

No he acabado mi cerveza y me hace ver todo de distinto color, se presta a ayudarme, pero sabe que tengo fuerza para hacerlo sola. Su amigo Mark viene a buscarle, no sé si se tienen que ir. Le pregunto quién es, por qué me ha ayudado, por qué me siento con fuerzas, lejos de malos pensamientos, casi llena de energía, hasta un poco feliz. Me dice que es un ángel en el cielo, le miro incrédula, sonríe como jamás vi a nadie hacerlo, y concluye, su autopista, es la autopista hacia el cielo. Estoy segura de que es así, voy a creerle, puedo ser feliz.

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