«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Nació en diciembre del 75 a bajo cero en Granada y eso imprime carácter. Ha vivido entre el océano Atlántico y el mar Mediterráneo a un lado y al otro. Sureña en toda la extensión de la palabra y el territorio. Diplomada en Relaciones Laborales, desde pequeña se ha dedicado a escribir y a aprender de los que escriben. Liberal y contestataria, defiende sus causas y sus sueños desde el respeto. Tolerante, pero no moldeable. Normal, pero no vulgar."""
Nació en diciembre del 75 a bajo cero en Granada y eso imprime carácter. Ha vivido entre el océano Atlántico y el mar Mediterráneo a un lado y al otro. Sureña en toda la extensión de la palabra y el territorio. Diplomada en Relaciones Laborales, desde pequeña se ha dedicado a escribir y a aprender de los que escriben. Liberal y contestataria, defiende sus causas y sus sueños desde el respeto. Tolerante, pero no moldeable. Normal, pero no vulgar."""

Santa Monica Beach

13 de abril de 2014
Nada me gusta más que un amanecer. Puede que un atardecer lleno de colores de despedida logre emocionarme, pero estoy segura de que prefiero las primeras horas del día. El frío de la mañana despejándome en la cara al abrir mis ventanas, la luz intentando abrirse paso entre la oscuridad de la cortina nocturna, el olor a mar. Pese a que no reluce prendido en lo alto del cielo, la simple première solar hace que me llene de energía y me anime a pasear una mañana más.

Voy por la playa, ningún sitio mejor, a estas horas casi no hay nadie, es demasiado temprano para los primeros bañistas aunque pronto llegaran los surfistas con sus tablas, son espectáculo lleno de color y fuerza desafiando a la naturaleza. Hoy, a lo lejos, adivino algunos amantes a los que le ha sorprendido la salida del sol. Alejados del mar, se han resguardado de la humedad con besos y abrazos. También me acompañan involuntarios deportistas haciendo footing y un hombre delante de mí, camina junto a sus perro, le lanza una bola de tenis, y el animal va y viene sin descanso, feliz y motivado. Fiel. Yo camino, sin prisa, observando como derrapa por la arena, cogiendo la pelota con los dientes y como vuelve corriendo. A ratos desconecto de sus idas y venidas y me centro en mis pequeñas preocupaciones, en el desayuno que voy a prepararme, en si bajaré a la oficina o trabajaré desde casa, si debo pedir cita en la peluquería y que es imprescindible que no olvide ir a la tintorería para que por fin recoger mi ropa.

El viento juega con mi pelo y lo impregna de olor a mar, me revolotea alrededor y en el mar crea espumeantes olas. Es un día en el que las corrientes pueden ser peligrosas. Vuelvo a mirar a la flecha negra a cuatro patas que va y viene. Le brilla el pelo del sudor. De repente la pelota con la que juega se posa en el agua justo cuando las olas se retiran de la caricia a la orilla. Su juguete se adentra y el animal, comprometido con su amo, sigue el punto amarillo en el azul. Una racha cambiada de aire me hace cerrar los ojos para que no me entre la arena y al abrirlos veo al animal atrapado en la corriente sin poder salir. Su dueño le grita desconsolado desde la orilla. Sopeso rápido tirarme al agua cuando veo pasar a Mitch Buchannon con su salvavidas rojo. No hay de que preocuparse, es el mejor de los vigilantes de la playa. El perro se ha salvado.

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