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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Crítica: Ex Machina, naturaleza artificial (4/5)

Las buenas historias de ciencia ficción son, sobre todo, un retrato de la naturaleza del ser humano. Ex Machina, la primera propuesta como director de Alex Garland, es un notable thriller psicológico sobre la línea entre la inteligencia artificial y aquello que nos hace humanos, el papel de los impulsos, y las verdades y las mentiras donde recae todo el peso en unos diálogos imprevistos. A pesar de una temática visitada en múltiples ocasiones, Ex Machina consigue destacar por su guión pausado e inteligente que suscita más preguntas que respuestas y que apela a la ética para desentrañar sus misterios.

El ‘experimento’ de Alex Garland, guionista y en esta ocasión director, arranca cuando un ingeniero de una multinacional de telecomunicaciones gana un sorteo para participar en unas pruebas secretas en la finca del director de la compañía, Nathan (Oscar Isaac), durante una semana. Tras firmar un estricto contrato de confidencialidad, Caleb (Domnhall Gleeson) conoce que entre las paredes de esa casa de última generación se esconde la elaboración de robots humanoides con una inteligencia artificial que desafía la propia comprensión humana. Mediante el llamado test de Turing, su labor consiste en probar que Ava (Alicia Vikander), un robot femenino, ha alcanzado la misma inteligencia que un ser humano. Para no llevarle a engaño, Nathan permite que Caleb vea en todo momento los circuitos internos de la máquina, que con una apariencia fascinantemente humana parece capaz de pensar, sentir y parecer frágil y desvalida frente a la más pura imperfección humana encarnada por Nathan, un alcohólico que genera una clara animadversión desde el primer momento.

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La película logra diferenciarse de otros trabajos de su género con una doble vertiente en la que cabe la crítica al sexismo a través de las tendencias al abuso que presenta el desarrollador de sus creaciones -que siempre tienen forma de mujer- y, por otro, la duda sobre la inteligencia de los robots, hombres o mujeres, capaces de sobrepasar la del ser humano de formas inesperadas.

Recreada de una forma artística, casi metafórica, Ex Machina es mucho más que una historia sobre robots inteligentes: es un juego, a veces tramposo, en el que Garland desafía nuestra ética a través de unos diálogos existenciales y filosóficos que caminan por derroteros arriesgados y que mantienen la película en pie. Sin demasiados efectos visuales -ni necesitarlos- ni una acción trepidante, la película engancha, incomoda y ahoga progresivamente con su estudio de los impulsos más primarios del ser humano, su empeño en jugar a ser Dios y la veracidad o artificialidad de los sentimientos.

Puntuación: 4/5

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