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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Crítica: Nightcrawler, miseria moral (4/5)

Un hombre yace moribundo en el asfalto tras sufrir un accidente de circulación. Desde los arbustos vigila, sigiloso, el rastreador de la noche con una cámara de vídeo. Con unos ojos inhumanos y una sonrisa feroz, rodea a su presa captando los planos más cruentos para venderlos a la cadena de televisión que más pague. Y con su cámara manchada de sangre, el protagonista de Nightcrawler no hace otra cosa que señalarnos a todos para realizar una brutal crítica al consumismo, al juego entre los medios de comunicación y sus audiencias, y a la pérdida de toda humanidad a cambio de fajos de billetes, coches y ascensos.

Nightcrawler es un thriller descarnado, brutal, pesimista y certero en su retrato del mundo actual. En él, un Jake Gyllenhaal genial interpreta al antihéroe Lou Bloom, un hombre que, desesperado por encontrar trabajo, se encuentra una noche con unos hombres que, armados con sus cámaras, rastrean la ciudad en busca de captar imágenes de accidentes, asesinatos, violaciones o robos que abran informativos. El dinero fácil arrastra a un personaje como Bloom, quien jamás se ha caracterizado por su ética y, en su nueva profesión, tampoco duda en cruzar todas las líneas rojas con tal ganar notoriedad.

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Nightcrawler es una cinta sobresaliente en el plano interpretativo, ya que se sostiene fundamentalmente en la tétrica actuación de Jake Gyllenhaal como el hombre que pierde toda humanidad y se deja abrazar por la obsesión y la locura, pero lo es aún más en las preguntas que lanza al espectador y las respuestas que deja en el aire.

Dan Gilroy, director de la película, construye un relato muy crítico con los medios de comunicación, pero también con la sociedad que los consume pidiendo implícitamente que la sangre abra los informativos de la mañana. Y este es el principal atractivo de Nightcrawler: se trata de una cinta sobre el consumismo que arrastra a unos y a otros y donde los culpables, aunque en la película estén claros, siempre salen impunes e, incluso, reforzados. Precisamente porque su injusticia es indignante, la cinta de Gilroy da en el centro de la diana y se pregunta por qué se ha llegado al “todo vale”, dónde se encuentra el límite entre la información y la cosificación de las personas y si el “todo por la audiencia” justifica los chantajes o la manipulación de las escenas a grabar.

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Aunque se echa en falta que el director -también autor del guión- hubiera dotado de más profundidad a los personajes secundarios, el Lou Bloom de Jake Gyllenhaal rellena él solo los huecos y es capaz de provocar la indignación y el horror en el espectador y el rechazo hacia sus actos. Sin buscar ningún tipo de empatía, el personaje está concebido para molestar, para asustar con esa mirada loca y esa sonrisa de lobo, y es en su interpretación donde Gyllenhaal vuelve a probar una vez más que es uno de los actores más notables -e infravalorados- del momento actual.

Nightcrawler es claramente molesta y satisfactoria, no porque dé respuesta a sus preguntas, sino porque es capaz de trazar las cuestiones de una forma clara englobando a todo el sistema y reflejándolo en la personalidad sin escrúpulos de Lou Bloom, que aunque es una figura claramente exagerada, se convierte en una metáfora de la obsesión por el sensacionalismo. Y porque la película, en definitiva, nos convierte a todos en espectadores de nuestra progresiva deshumanización.

Puntuación: 4/5

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