«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El vacío de poder y sus consecuencias

20 de abril de 2015

La historia nos enseña que toda sociedad en términos generales aborrece el vacío de poder, en cuanto este se presenta, es casi inmediatamente ocupado por un nuevo poder, que puede ser mejor o peor, según los más variados criterios,  que aquel al que sustituye.

No es nada nuevo el que en el ejercicio del poder se produzcan abusos, injusticias, incoherencias, latrocinios, inmoralidades y demás lacras propias de la naturaleza humana, sobre todo cuando alguno se ha encumbrado a las cimas del propio poder. Decía un sabio que solo los santos aguantaban el incienso y eso porque eran de palo… Lo esencial es que estas cuestiones se mantengan dentro de unos límites cuya razonabilidad sería discutible para evitar que se desborde el orden social.

Lo que sucede es que de pronto, en algunos momentos de la historia, por múltiples razones: comunicación y conocimiento,  ira colectiva, sensación de resentimiento colectivo, difusión interesada, crisis económica, agravios comparativos etc. Se produce el fenómeno del descubrimiento de dichas lacras sociales e individuales en el ejercicio del poder, como si fuera una novedad, y surge entonces el escándalo colectivo,  se produce la reacción adversa contra el orden instituido como si este no estuviera reflejando una vez más las profundas deficiencias de la propia naturaleza humana. La situación está madura para que estalle la fibra de cohesión de una sociedad, y se cuestionen todos los principios que informan el sistema.

Cualquiera con años y memoria, sin orejeras ideológicas,  recordará los años de corrupción de la era Gonzalez o lo que fue el gobierno de Zapatero, sin ir más lejos basta contemplar el panorama de Andalucía como para invalidar cualquier reclamación o invocación moral del partido socialista, si bien también podemos enumerar casos flagrantes de escándalos en la UCD, “el tráfico de influencias” y las puertas giratorias empezaron entonces, el  PP, nacional o regional, Bárcenas, por ejemplo, más notorio, por no mencionar los PNVs, Convergencias con los Pujoles a la cabeza, sindicatos y patronales, todo ello fue tolerado, ignorado e incluso propiciado por unas clases dirigentes que incluían no solo a los políticos sino al resto de la sociedad española, empresarios o funcionarios, instituciones públicas y privadas. Aquí todos participaron, obviamente siempre hay personas honradas, quizá la mayoría, pero esta parte de la población no se movilizó porque la situación general era de abundancia y bienestar. Nadie quería ver más allá de la valla.  ¡Ahora no! Surge el escándalo y con el los ataques de nervios intempestivos que reflejan el desconcierto, ¡el circo mediático! que además vende periódicos y venga a alimentar la ira colectiva, como si eso no conllevara riesgos y no fuera más importante mantener la cohesión y coherencia de una sociedad antes de tirar todo por la borda.

Bien es cierto que las clases dirigentes, todas (no solo los políticos)  están denigradas, difamadas y asustadas, las principales instituciones del Estado desprestigiadas, desde los tribunales de justicia hasta los parlamentos, regionales o nacionales, las instituciones financieras cuestionadas y condenadas, tanto por grupos ideológicamente enemigos como por colectivos respetables. En términos náuticos se podría decir que el barco está “desarbolado” En fin da toda la sensación de que la autoridad con mayúsculas ha sido puesta a subasta y aparcada por falta de decisiones razonables y coherentes entre estas mismas clases dirigentes y el “pueblo” en general, el poder está ahí para que lo recoja el que más capacidad de convicción mediática tiene para erigirse en un salvador de la patria con ribetes de dictador. Desgraciadamente el momento es propicio para que alcance el poder una fuerza que nos haría añorar con ganas el mundo que hemos vivido y que estamos dejando voluntariamente atrás por no ser colectivamente capaces de hacer un acto de reflexión racional y dejarnos llevar por los impulsos  inquisitoriales.

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