La dislexia, un problema invisible y desconocido
La dislexia no es una enfermedad ni una discapacidad, sino una dificultad de aprendizaje que se estima afecta a un 10% de la población en el mundo. Las personas con dislexia aprenden de una manera diferente: "De forma coloquial, podríamos decir que el cerebro es como un ordenador en el que la data o información está intacta; lo que falla son los circuitos de acceso a esa información, que están deteriorados o ralentizados", explica a GACETA.ES María Sanz-Pastor, presidenta de la asociación Madrid con la Dislexia y madre de seis hijos con este trastorno. Es decir, al margen de la inteligencia, el de la dislexia es un cerebro que procesa la información de distinto modo. Es por ello que necesita aprender surcando otros caminos: está científicamente comprobado que precisa ayuda porque está estructurado de otra manera.
A pesar de que en los últimos años se habla cada vez más de dislexia, el día a día de miles de familias deja claro que España está aún muy lejos, lejísimos, de ofrecer una atención integral y de calidad a los afectados por un problema que se manifiesta, sobre todo, en el aprendizaje y el dominio de la lectoescritura, cimiento fundamental de la educación: se puede leer mejor o peor, pero leer no siempre es comprender. Y si no comprendes, te quedas fuera. "Leer es lo más importante que aprendemos, no se puede vivir sin leer", afirma Sanz-Pastor, que añade que "vivimos en un mundo en el que leer parece algo sencillo y automático", hasta el punto de que "toda persona que no lee correctamente está en riesgo de exclusión social".
Que en este asunto España va en el furgón de cola a nivel europeo lo demuestra el hecho de que no haya un programa público de detección precoz, que el profesorado no esté formado en la materia y que la Administración no cubra las terapias necesarias, imprescindibles para evitar el abandono escolar: no obstante, ocho de cada 10 alumnos que dejan los estudios no dominan la lectoescritura; y de esos ocho, cuatro tienen dislexia.
"Nuestra batalla es que todos los niños puedan aprender igual", lo que pasa, inexcusablemente, por "la creación de un marco normativo general para toda España, es decir, que la ley marque unos mínimos de los que ninguna comunidad autónoma, en aplicación de la misma, pueda bajar; por formar al profesorado, lo que requiere dotación presupuestaria; y por implantar métodos de detección temprana y adecuaciones a la hora de evaluar", sin olvidar que "la terapia es imprescindible". Un asunto, el del abordaje de la dislexia en el sistema educativo, que "no se tiene que politizar". Los cambios que piden desde asociaciones como Madrid con la Dislexia no se refieren al contenido de las leyes educativas, sino a la forma: "No es un tema de ideología, es un problema de justicia social. Esto no depende de partidos". De momento, ni Educación ni Sanidad responden. Los damnificados son miles de niños que necesitan ayuda y no la tienen; ni siquiera se sabe cuántos, aunque se calcula que suponen un 10%.
Detección precoz para un correcto abordaje
Las personas con dislexia no son ni vagas, ni tontas ni ignorantes, etiquetas que no hacen sino agravar un problema que acarrea brutales problemas de autoestima, ansiedad y depresión derivados del hecho de ser diferente y como consecuencia de la dificultad de seguir el ritmo de los compañeros en clase. Al contrario de lo que mucha gente piensa, este trastorno no se limita a palabras que cambian (leer tostada y decir pan) o letras que se mueven (leer 'qrodlemas' en vez de problemas). "Igual que nadie pone en duda que un alumno con miopía necesite gafas, nadie debería dudar que uno con dislexia necesite una metodología diferente. Si un alumno no sabe las respuestas, no podrá contestar... ¡aunque se le lean las preguntas!".
La detección precoz es, en este sentido, otra de las batallas: "Hay que actuar sobre Educación Infantil. El sistema solamente da una oportunidad para aprender a leer". Además, en esa etapa ser profesor es algo "muy vocacional", por lo que enseguida se dan cuenta de que algo no va bien: "No identifican qué es porque no conocen la dislexia, pero detectan que algo falla". De esta forma, atajar el problema de raíz disminuiría notablemente las tasas de abandono escolar y el sufrimiento de los niños y sus familias. Sin embargo, empezar a hacerlo con retraso solamente sirve para llenar la mochila del daño psicológico: "No hay que esperar a que el niño o el adolescente se rompa". Un "no te enteras" con bolígrafo rojo en el examen o que se lean las notas en alto en clase son solo dos ejemplos de los puñetazos que reciben estos alumnos en su día a día. ¿Las consecuencias? "Hay niños con dermatitis e incluso con alopecia a los 5 años. Y lo único que quieren es sentirse igual que los demás".
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Por cómo está planteado el sistema, la dislexia es siempre dura. Pero si hay un momento crítico, es la adolescencia: esa mochila está ya muy cargada, "es muy pesada. Desde que dejó Educación Infantil no ha vuelto a ser el rey... ni siquiera a sentirse recompensado por su esfuerzo. Por eso, llega muy tocado, muy quemado por lo vivido hasta ese momento". Algo que cambia con quienes, después de todo, logran llegar a la universidad: "El Plan Bolonia ayuda mucho a los alumnos con dislexia. Es otro concepto de educación, más práctico, con diferentes formas de evaluación...", hasta el punto de que se da la aparente paradoja de que "aprueban en Ingeniería de Telecomunicación alumnos que un año antes acumulaban suspensos durante el Bachillerato". Antes, durante Primaria y Secundaria, el día a día en las aulas es una cascada continua de nuevos conceptos, salpimentados, además, por la presión del tiempo: hay un programa, y hay que cumplirlo.
¿Cuándo hay que empezar a pensar en dislexia? "Todo niño que no hable bien la lengua materna a los 3 o 4 años es un niño con muchas posibilidades de tener dificultades específicas del aprendizaje (DEA)". Pero también aquel al que le cueste "aprender los colores, los meses, las estaciones... o recordar los nombres de los compañeros", por ejemplo. Sin olvidar la psicomotricidad. "Por eso pedimos filtros, que sean algo así como unos semáforos que sirvan para identificar qué tipo de dificultad tienen, que puede ser o no dislexia", un trastorno que "se suele confirmar a los 6 o 7 años; antes de esa edad, aunque hay síntomas, es pronto".
En definitiva, se trata de dar a estos niños las herramientas que necesitan para integrarse en el mundo de la no dislexia, que puedan competir en igualdad de condiciones y que no se queden fuera del sistema simplemente por tener una dislexia.
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